Los seres humanos estamos trenzados en una constante lucha por gestionar la incertidumbre y, a pesar de llevar siglos enfrentándola, no nos acomoda y más bien nos irrita, distrae e incluso en varias ocasiones enferma.
Para enfrentar esta situación y tratar de explicarla, hemos transitado a lo largo del tiempo por posturas deterministas, especializadas (la parte es superior al todo), reduccionistas, mecanicistas, simplistas o estadísticas, entre otras (Blanco, 2005), sin dimensionar los límites de la ciencia normal (Khun, 2007) y la importancia de reconocer la aleatoriedad, el azar, el holismo, el caos, la complejidad, la interdisciplina, la multidisciplina (el todo sobre las partes), la matemática de los fractales, la perdida de la significancia estadística, etc., perspectivas más cercanas a lo posnormal de la ciencia, al reconocimiento de que tanto para “los sistemas naturales reales como complejos y dinámicos, implica moverse hacia una ciencia cuya base es la impredectibilidad, el control incompleto y una pluralidad de perspectivas legítimas” (Funtowicz y Ravetz, 2000, p. 23).
Así las cosas, a pesar del esfuerzo por gestionar la incertidumbre, contrarrestarla y/o explicarla, esta sigue recordándonos su esencia dinámica, entrópica, que a ratos se encuentra mediada por la ambigüedad, lo inesperado o el azar. (Leer mas)